Javier XIV; el Estado soy Yo

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Hace tiempo un panista de alto rango en la política doméstica, experto en manejos electorales, me confesó que hicieron fraude en la campaña del 2006, cuando Felipe Calderón ganó con menos de 300 mil votos la presidencia del país. Después supe que Javier Corral admitió el mismo pecado frente a López Obrador, tallando sin darse cuenta sobre heridas incurables.

Ante semejante e inesperada revelación, aseguran, Amlo pidió a Javier que hiciese público lo que aceptaba en privado: “Decláralo, Corral, tu eres un demócrata”. “Imposible, se trata del presidente y de mi partido”, habría respondido al negarse.

Obviamente no estuve presente durante aquel encuentro, así me lo platicaron y por eso los entrecomillados de un diálogo que no me consta. Javier Corral tendrá el episodio y los detalles que le permitan su memoria.

La conclusión es que después de aquella confesión la relación entre ambos, que venía cultivándose años atrás, quedó fría y sin que hasta hoy la hayan recuperado. López Obrador igual que Javier, como todo dictador, también es de rencores permanentes, se quedó con el resaborcillo de que Corral no era el demócrata que se presentaba en público.

Hoy sabemos que en los hechos ninguno lo es, ambos comparten el gen de los dictadores. Cualquiera que conozca al tabasqueño conoce su proclividad incontenida a imponer su criterio contra cualquier otra opinión, sin mediar discusión. Y los chihuahuenses vamos conociendo al gobernador, cada vez está más generalizado el convencimiento de que puede ser todo menos el demócrata en cuyo ropaje se envuelve.

En nuestro país estamos acostumbrados a que los poderes Legislativo y Judicial, así como las llamadas instituciones autónomas, queden sometidos al Ejecutivo. Sin serlo, tomamos la subordinación por “normalidad democrática”.

Pero cuando un gobernante llega regodeándose de ser el convencido adalid de la autonomía entre poderes y las instituciones; cuando desdobla en cada oportunidad líneas discursivas en el mismo sentido y las postula reiteradamente como valores fundamentales de su hacer político, los ciudadanos esperarían congruencia mínima.

El acerbo que ha dejado Javier sobre su convencimiento personal de respeto a los poderes es ancho, sólo vayamos a las hemerotecas y materia sobra, hoy recupero una de las más recientes.

Durante el informe de Julio César Jiménez Castro, el 28 de enero pasado, al anunciar la reforma del Consejo de la Judicatura el gobernador hizo nuevamente fe pública de su convicción: “No es momento de simulaciones ni falsas cortesías entre los poderes, por que esto implicaría una deslealtad al pueblo de Chihuahua”. Subrayo el concepto “deslealtad”, dicho por el señor gobernador.

Aplaudí, igual que muchos, la destitución de Gabriel Sepúlveda en la presidencia del Tribunal Superior de Justicia. César Duarte sentó las bases para la impunidad en la famosa oxigenación, de modo que para llevarlo a la justicia era necesario retirar a su incondicional de la presidencia. Un abuso de poder con sentido de justicia, explicable su primera intromisión.

Después vino la destitución del auditor superior, Jesús Esparza, otro control  del pasado para favorecer la impunidad. El patrón se replica; como no quería tener husmeando en su administración al auditor de Duarte, lo elimino de la administración pública y pongo a uno de mis confianzas. Es el mensaje enviado a la sociedad con esa sustitución arbitraria.

Pero veamos con sentido de ciudadano tolerante al gobernador y en atención al desprestigio del auditor duartista, aceptemos que se trataba de una medida necesaria. Igual, como en el Tribunal de Justicia, se trataba de poner las cosas en su lugar.

Todos los gobernadores en este país de leyes bananeras hacen lo mismo, que más da con Javier Corral que pretende restaurar la normalidad democrática. Está en su derecho, ejerce su poder meta constitucional.

Sin embargo la gente empezaba a sentir aquel resaborcillo que dejó en López Obrador, cuando la confesión del fraude. No obstante los evidentes atropellos, el sentido común de la sociedad lo tomó de buen talante, había que sacar a Duarte de las instituciones donde tuviera metida su mano.

Antes de elegir al auditor definitivo puso de interino a un veterano llamado Armando Valenzuela, al que apodan el oso, con tan mala fortuna que aceptó en público haber sido propuesto por Arturo Fuentes Vélez, Secretario de Finanzas, y por definición primero y más importante sujeto de fiscalización.

La ingenuidad del “oso” sembró la primera gran duda sobre las convicciones del gobernador ¡lo puso Fuentes Vélez y no los diputados! Pos como. Esperen tantito ¿Hablamos del mismo Javier profundamente democrático y promotor de la autonomía de poderes?

Hay más, mientras el “oso” hacía cueva de invernar en las oficinas de la Auditoria, intentando olvidar su imprudencia, en el Instituto de Transparencia llega a su parte final una telenovela cuyo guión contenía pasajes de amor, amistad, odio, intereses, traiciones. Entregaron un amasijo de pasiones retorcidas girando en torno al poder.

El episodio de transparencia ha sido descrito al detalle en diversas entregas, innecesario abundar. Sólo sintetizo que el final de la primera temporada terminó con el atropello más violento y feroz que pueda sufrir uno de los llamados organismos autónomos.

Por no entregar el nombramiento de Secretario Ejecutivo a Ricardo Gándara, esposo de la contralora Stéfany Olmos y amigo personal de Javier Corral, relevó de la presidencia a Rodolfo Leyva, un panista convencido.

En éste atropello nada tiene que ver César Duarte, ni caben propósitos restaurativos o afanes democratizadores. No, cercena la cabeza de Leyva por no plegarse a los caprichos, ni siquiera intereses, del señor gobernador y su influyente contralora.

Del espérenme tantito al ¿Hablamos del mismo personaje? La gente que da seguimiento a la política pasó de la incertidumbre al azoro. No da crédito de la enorme injusticia que sufría un miembro del PAN que hizo el mayor de los esfuerzos para ser consejero transparente, víctima –además- del pasado gobierno.

Después vimos el desencuentro, entendido como Guerra Civil, entre los mayores grupos del PAN por imponer auditor a modo. En esta parte se despejó toda duda del apetito de Javier por controlar las instituciones y usarlas en beneficio de sus intereses políticos.

Lo mismo que otros gobernadores, con la diferencia de que aquellos omiten el discurso de la democracia y éste –o sea Javier Corral- se regodea llamándose a sí mismo el gran demócrata.

En la parte del auditor vale la pena recuperar un poco de historia. También ha sido ampliamente reseñada, pero como la telenovela está en proceso, pues obliga darle contexto.

Ya se dijo que pusieron de interino al recomendado de Fuentes Vélez, lo cual estaba muy bien para los intereses del señor gobernador. Pero los diputados de su partido, inscritos en diferente equipo al interior del PAN, dieron madruguete eligiendo a uno contrario al sentir de Palacio, llamado Ignacio Rodríguez.

Elegido por las dos terceras partes del Congreso, órgano deliberativo que Javier conoce muy bien, donde descansa –en teoría- la soberanía popular, se atrevió a vetarlo, apoyado en argumentos leguleyos. Sólo pregunto, si Nacho es la propuesta de palacio, les hubiesen interesado los impedimentos. Respondan los aduladores de Corral.

Acabó, de esa manera, con cualquier vestigio de respeto a los poderes. Mostró, además una conducta intolerante y dictatorial de que no admitirá negativas por respuesta, así se trate de la soberanía popular.

Los hechos describen a un Javier intolerante, abusón con su poder, irrespetuoso con las instituciones, asumiendo que “el estado soy yo”, como Luis XIV el Rey Sol. Muestra el rostro contrario al presentado durante su dilatada carrera parlamentaria y confirma las razones por las cuales López Obrador y quienes lo conocen, desconfían de su sinceridad.

Estoy de acuerdo con el señor gobernador cuando dice que “No es momento de simulaciones ni falsas cortesías entre los poderes, por que esto implicaría una deslealtad al pueblo de Chihuahua”. La sociedad necesita un mínimo de oxigeno.

Bueno, pues demuestre que sus palabras son sinceras, obre consecuentemente. Lo que ha enseñado, hasta hoy, habla de un dictador arrogante y demuestra que, de la misma manera en que Duarte tomó por factura a su nombre la constancia de mayoría que lo acreditaba como gobernador, Corral tomó por propias las instituciones y ve como títeres a sus titulares.

Maldita weba ¡total que no podemos tener un gobernador digno de los chihuahuenses! ¿O es que nosotros somos los indignos de Duarte y Corral? Así nos ven, no los merecemos.

Lavisiondechihuahua.com